El proyecto socrático de Wittgenstein

Tratar en un breve ensayo la figura de un filósofo tan relevante y complejo como Ludwig Wittgenstein es una tarea ciertamente complicada. Todo pensador competente trae consigo una evolución de su pensamiento a lo largo de su vida. El ejemplo más paradigmático, sobre todo hablando de filosofía, es Platón. A medida que fue viviendo nuevas experiencias estas influían en su pensamiento. De hecho, lo que marcó el inicio de su camino filosófico fue una grave experiencia: la condena de su maestro. Y como es bien sabido, el Platón de sus obras de juventud no es el mismo que el de sus obras de vejez. En el caso del filósofo vienés también hay una gran distancia entre el Tractatus Logico-philosophicus, obra que publicó a los treinta y dos años (1921), y sus Investigaciones filosóficas, que terminó a los sesenta años y que fue publicada póstumamente cuatro años después (1953). Se suele hablar del primer y segundo Wittgenstein para señalar precisamente esta diferencia y evolución en su pensamiento. Esto es importante, pues nos vamos a centrar principalmente en su actitud filosófica a partir de la lectura del prólogo del Tractatus, aunque también hablaremos de algunas de las consecuencias de sus planteamientos en la filosofía posterior.

La genuina filosofía parte del ejemplo de Sócrates: lo único que puede llevar a pensar correctamente es la consciencia de la propia ignorancia y de los límites del propio saber. En ese sentido, Wittgenstein estaría desarrollando un proyecto socrático al tratar de «trazar un límite al pensar, o más bien, no al pensar, sino a la expresión de los pensamientos». Es por lo anterior que se le suele comparar con Kant,1Cf. F. CONESA, J. NUBIOLA, Filosofía del lenguaje, Herder, 2002, p. 114. pues su filosofía crítica es un autoexamen de la razón: establecer los límites del conocimiento posible.2La idea de que la filosofía crítica kantiana es, en realidad, un «proyecto socrático» la tomo del profesor Alejandro G. Vigo. La extrapolación de esta idea ha sido mi principal inspiración para este ensayo. Además, el Tractatus también cuenta con otro componente de origen socrático: la ironía. Ésta se pone de relieve al final de la obra, cuando insinúa que en realidad ha hablado de lo que él mismo dice categóricamente que no se puede hablar.3Cf. Tractatus Logico-philosophicus § 6.54-7. ¿Está siendo irónico Wittgenstein? Si lo que expone en el Tractatus es en un sentido verdadero y en otro falso, estaría siendo irónico en el más puro sentido socrático.4Cf. G. VLASTOS, Socrates: ironist and moral philosopher, Cambridge, 1991, p. 31. Vlastos distingue dos tipos de ironía: la simple y la compleja, siendo la última la que usaba Sócrates y que consiste en decir algo que es en un sentido verdadero y en otro falso. Aun así, también debemos al ateniense la herencia de la ironía simple (cf. CICERÓN, De Oratore II): expresar lo contrario de lo que se quiere decir. Por un lado, pone límites a la expresión del lenguaje mediante el desarrollo de un riguroso sistema lógico —siguiendo el ejemplo de su maestro Russell, del que hablamos en el ensayo anterior—, pero por el otro, acaba hablando de lo que no es lógico ni empírico. De este modo irónico, no niega la veracidad de todo el sistema que ha desarrollado, pero al mismo tiempo y en otro sentido, confiere más importancia a la «mística», lo unsinnig, a lo que según él «no se puede hablar y hay que callar». Por otra parte, también es encomiable la autocrítica posterior a la que somete su propia obra, siguiendo el ejemplo de Platón con su diálogo Parménides, en el que expone las dificultades de su teoría de las Ideas. Podemos decir que esta es la verdadera actitud filosófica: siempre crítica y, sobre todo, autocrítica. 

No obstante, no es oro todo lo que reluce. Si nos centramos en el prólogo del Tractatus, el modo en el que se expresa parece totalmente soberbio y pedante. Y si hay una actitud propiamente socrática, esta es precisamente la humildad. Cuando afirma que ha solucionado definitivamente los problemas de la filosofía y que los demás poco esfuerzo han puesto en esta tarea, está careciendo de la principal virtud que debe poseer un filósofo que sigue el ejemplo de Sócrates. Sin embargo, esto puede ser debido a una falta de formación filosófica. No hay que olvidar que Wittgenstein era ingeniero y se preocupó de la filosofía posteriormente, por lo que sus conocimientos en historia de la filosofía eran escasos. Además, su teoría supone una inversión de lo que Sócrates realmente motivó: el advenimiento de la metafísica. Mientras Platón partió de su maestro para buscar el fundamento de la realidad más allá de la experiencia sensible, Wittgenstein hace lo contrario: lo que tiene sentido, de lo que se puede hablar, es de los hechos empíricos; y de lo que no se puede hablar es precisamente del camino metafísico que inició Platón, o incluso de la ética que tiene su origen mismo en Sócrates. En mi caso particular, cada día soy más consciente de lo que significa estudiar filosofía: cuánto más sabes, más consciente eres de que no sabes. Esto lo interpreto como una verdadera experiencia socrática: la docta ignorantia o sabiduría humana.5Cf. PLATÓN, Apología de Sócrates, 20d-23b. Y esta experiencia me conduce a pensar que la realidad última está más allá de los meros hechos empíricos, pues si fuera lo contrario, sabríamos todo fácilmente y la pregunta filosófica quedaría anulada.

Bien es cierto que lo dicho en el párrafo anterior contrasta con lo que hemos analizado más arriba sobre la ironía del filósofo vienés. Empero, es necesario tomar en cuenta las consecuencias de la filosofía de Wittgenstein más allá de sus verdaderas intenciones. Esto supone una advertencia a todo filósofo, pues lo que dice siempre estará sujeto a una multitud de interpretaciones distintas.6En estos casos siempre conviene recordar la crítica de Platón a la escritura en Fedro 274b-278d. Eso mismo le ocurrió a Sócrates, que tuvo discípulos de índole tan diversa como Antístenes y su escuela cínica, Jenofonte y Platón, entre otros. Asimismo, Wittgenstein y su Tractatus son tomados actualmente como fundamento de teorías cientificistas y relativistas, empezando por la interpretación que hizo de él el Círculo de Viena.7Cf. A. J. AYER, El positivismo lógico, FCE, 1965, pp. 60-65. No obstante, también tiene discípulos de índole contraria a la anterior como G. E. M. Anscombe y A. Kenny. Quizá esto es una muestra de la genialidad del filósofo vienés, pero también hay autores como A. Carpio que piensan que lo que produjo fue una eliminación de la filosofía.8Cf. A. CARPIO, Principios de filosofía, Glauco, 1995, pp. 200-201. A mi juicio, pienso en la posibilidad de que la actitud filosófica de Wittgenstein fue en cierto modo acertada, pero el desarrollo de su filosofía bastante errático. En cualquier caso, soy partidario que de todos los filósofos se puede —y debe— aprender, siguiendo a Leibniz: «las escuelas filosóficas tienen razón en gran parte de lo que afirman, pero no tanto en lo que niegan».9Cf. G. W. LEIBNIZ, Die philophischen schriften, vol. III, C. I. GERHARDT (ed.), 1887, p. 607.

Por lo tanto, debemos tratar de trazar los límites entre lo bueno que nos ha aportado Wittgenstein, como sus indagaciones en lógica y sobre el lenguaje; y lo malo en cuanto al positivismo y relativismo que ha podido generar en algunos de sus intérpretes.

Pamplona, 1 de marzo de 2022.

Notas

  • 1
    Cf. F. CONESA, J. NUBIOLA, Filosofía del lenguaje, Herder, 2002, p. 114.
  • 2
    La idea de que la filosofía crítica kantiana es, en realidad, un «proyecto socrático» la tomo del profesor Alejandro G. Vigo. La extrapolación de esta idea ha sido mi principal inspiración para este ensayo.
  • 3
    Cf. Tractatus Logico-philosophicus § 6.54-7.
  • 4
    Cf. G. VLASTOS, Socrates: ironist and moral philosopher, Cambridge, 1991, p. 31. Vlastos distingue dos tipos de ironía: la simple y la compleja, siendo la última la que usaba Sócrates y que consiste en decir algo que es en un sentido verdadero y en otro falso. Aun así, también debemos al ateniense la herencia de la ironía simple (cf. CICERÓN, De Oratore II): expresar lo contrario de lo que se quiere decir.
  • 5
    Cf. PLATÓN, Apología de Sócrates, 20d-23b.
  • 6
    En estos casos siempre conviene recordar la crítica de Platón a la escritura en Fedro 274b-278d.
  • 7
    Cf. A. J. AYER, El positivismo lógico, FCE, 1965, pp. 60-65.
  • 8
    Cf. A. CARPIO, Principios de filosofía, Glauco, 1995, pp. 200-201.
  • 9
    Cf. G. W. LEIBNIZ, Die philophischen schriften, vol. III, C. I. GERHARDT (ed.), 1887, p. 607.

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